miércoles, 1 de octubre de 2014

Teresa de Lisieux, la pequeña flor de Jesús



• "Jesús ha querido darme luz acerca de este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza y comprendí que todas las flores que él ha creado son hermosas, y que el esplendor de la rosa y la blancura del lirio no le quitan a la humilde violeta su perfume ni a la margarita su encantadora sencillez... Comprendí que si todas las flores quisieran ser rosas, la naturaleza perdería su gala primaveral y los campos ya no se verían esmaltados de florecillas... Eso mismo sucede en el mundo de las almas, que es el jardín de Jesús. El ha querido crear grandes santos, que pueden compararse a los lirios y a las rosas; pero ha creado también otros más pequeños, y éstos han de conformarse con ser margaritas o violetas destinadas a recrear los ojos de Dios cuando mira a sus pies. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que él quiere que seamos... Comprendí también que el amor de Nuestro Señor se revela lo mismo en el alma más sencilla que no opone resistencia alguna a su gracia, que en el alma más sublime. Y es que, siendo propio del amor el abajarse, si todas las almas se parecieran a las de los santos doctores que han iluminado a la Iglesia con la luz de su doctrina, parecería que Dios no tendría que abajarse demasiado al venir a sus corazones. Pero él ha creado al niño, que no sabe nada y que sólo deja oír débiles gemidos; y ha creado al pobre salvaje, que sólo tiene para guiarse la ley natural. ¡Y también a sus corazones quiere él descender! Estas son sus flores de los campos, cuya sencillez le fascina...
Abajándose de tal modo, Dios muestra su infinita grandeza. Así como el sol ilumina a la vez a los cedros y a cada florecilla, como si sólo ella existiese en la tierra, del mismo modo se ocupa también Nuestro Señor de cada alma personalmente, como si no hubiera más que ella. Y así como en la naturaleza todas las estaciones están ordenadas de tal modo que en el momento preciso se abra hasta la más humilde margarita, de la misma manera todo está ordenado al bien de cada alma".



• "Me parece que si una florecilla pudiera hablar, diría simplemente lo que Dios ha hecho por ella, sin tratar de ocultar los regalos que él le ha hecho. No diría, so pretexto de falsa humildad, que es fea y sin perfume, que el sol le ha robado su esplendor y que las tormentas han tronchado su tallo, cuando está íntimamente convencida de todo lo contrario. La flor que va a contar su historia se alegra de poder pregonar las delicadezas totalmente gratuitas de Jesús. Reconoce que en ella no había nada capaz de atraer sus miradas divinas, y que sólo su misericordia ha obrado todo lo bueno que hay en ella... El la hizo nacer en una tierra santa e impregnada toda ella como de un perfume virginal. El hizo que la precedieran ocho lirios deslumbrantes de blancura. El, en su amor, quiso preservar a su florecita del aliento envenenado del mundo; y apenas empezaba a entreabrirse su corola, este divino Salvador la trasplantó a la montaña del Carmelo, donde los dos lirios que la habían rodeado de cariño y acunado dulcemente en la primavera de su vida expandían ya su suave perfume... Siete años han pasado desde que la florecilla echó raíces en el jardín del Esposo de las vírgenes, y ahora tres lirios -contándola a ella- cimbrean allí sus corolas perfumadas; un poco más lejos, otro lirio se está abriendo bajo la mirada de Jesús. Y los dos tallos benditos de los que brotaron estas flores están ya reunidos para siempre en la patria celestial... Allí se han encontrado con los otros cuatro lirios que no llegaron a abrir sus corolas en la tierra... ¡Ojalá Jesús tenga a bien no dejar por mucho tiempo en tierra extraña a las flores que aún quedan el destierro! ¡Ojalá que pronto el ramo de lirios se vea completo en el cielo".


• "Igual que las flores de la primavera comienzan a germinar bajo la nieve y se abren a los primeros rayos del sol, así también la florecita cuyos recuerdos estoy escribiendo tuvo que pasar también por el invierno de la tribulación".
• "Si Dios no hubiese prodigado a su florecilla esos sus rayos bienhechores, nunca ella hubiera podido aclimatarse a la tierra, pues era todavía demasiado débil para soportar las lluvias y las tormentas, y necesitaba calor, el suave rocío y las brisas de primavera. Nunca le faltaron todas esas ayudas, Jesús hizo que las encontrase incluso bajo la nieve del sufrimiento".

•"Y creo que la Santísima Virgen debió de mirar a su florecita y sonreírle. ¿No la había curado ella con su sonrisa visible...? ¿No había ella depositado en el cáliz de su florecita a su Jesús, la Flor de los campos y el Lirio de los valles".



• "¡Qué alegría arrojar flores al paso del Señor...! Pero en vez de dejarlas caer, yo las lanzaba lo más alto que podía, y cuando veía que mis hojas deshojadas tocaban la sagrada custodia, mi felicidad llegaba al colmo".


• "La pobre florecita había sido acostumbrada a hundir sus frágiles raíces en una tierra selecta, hecha expresamente para ella. Por eso se le hizo muy duro verse en medio de flores de toda especie, que tenían a menudo raíces muy poco delicadas, y obligada a encontrar en una tierra ordinaria la savia que necesitaba para vivir".
• "Nuestra alma, en toda su lozanía, se abría como una flor, feliz de recibir el rocío de la mañana... Un mismo soplo mecía nuestras corolas, y lo que hacía gozar o sufrir a una hacía gozar o sufrir a la vez a la otra".



• "Sí, la florecita iba a renacer a la vida. El rayo luminoso que la había reanimado no iba ya a interrumpir sus favores. No actuó de golpe, sino que lentamente, suavemente fue levantando a su flor y la fortaleció de tal suerte, que cinco años más tarde abría sus pétalos en la montaña del Carmelo".


• "Me ofrecía a Jesús para ser su florecita..".

• "Todos los días hacía un gran número de prácticas, que eran otras tantas flores. Decía también un número todavía mayor de jaculatorias, que tú me habías escrito para cada día en el librito, y esos actos de amor eran los capullos de las flores".



•"Me alimentó con flor de harina, miel y aceite en abundancia... Me hice cada vez más hermosa a sus ojos y llegué a ser como una reina".


· "Recibí aquella flor como una reliquia, y observé que, al querer cogerla, papá había arrancado todas sus raíces sin troncharlas, como si estuviera destinada a seguir viviendo en otra tierra más fértil que el blando musgo en el que habían transcurrido sus primeras alboradas... Era exactamente lo mismo que papá acababa de hacer conmigo poco antes al permitirme subir a la montaña del Carmelo y abandonar el dulce valle testigo de mis primeros pasos por la vida. Puse mi florecita blanca en mi libro de la Imitación, en el capítulo titulado: «Del amor a Jesús sobre todas las cosas», y todavía sigue allí. Sólo el tallo se ha roto muy cerca de la raíz, y Dios parece decirme con eso que pronto romperá los lazos de su florecita y que no la dejará marchitarse en la tierra".

· "La florecita trasplantada a la montaña del Carmelo tenía que abrirse a la sombra de la cruz; las lágrimas y la sangre de Jesús fueron su rocío, y su Faz adorable velada por el llanto fue su sol".

· "¡Qué fiesta tan hermosa la de la Natividad de María para convertirme en esposa de Jesús! Era la Virgencita recién nacida quien presentaba su florecita al Niño Jesús...".


· "Tú sabes bien, Madre querida, cómo me gustan las flores. Al hacerme prisionera a los 15 años, renuncié para siempre a la dicha de correr por los campos esmaltados con los tesoros de la primavera. Pues bien, nunca he tenido tantas flores como desde que entré en el Carmelo.
Es costumbre que los novios regalen con frecuencia ramos de flores a sus novias. Jesús no lo echó en olvido y me mandó, a montones, gavillas de jacianos, margaritas gigantes, amapolas, etcétera, todas las flores que más me gustan. Hay incluso una florecita, llamada la neguilla de los trigos, que yo no había vuelto a encontrar desde cuando vivíamos en Lisieux; tenía muchas ganas de volver a ver esa flor de mi niñez que yo cogía en los campos de Alençon. Pues también ella vino a sonreírme en el Carmelo y a mostrarme que, tanto en las cosas más pequeñas como en las grandes, Dios da el ciento por uno ya en esta vida a las almas que lo han dejado todo por su amor".


·"Ahora no tengo ya ningún deseo, a no ser el de amar a Jesús con locura... Mis deseos infantiles han desaparecido. Ciertamente que aún me gusta adornar con flores al altar del Niño Jesús. Pero desde que él me dio la flor que yo anhelaba, mi querida Celina, ya no deseo ninguna más: ella es el ramillete más precioso que le ofrezco".

· "¿Cómo acabará esta «historia de una florecita blanca»...? ¿Será tal vez cortada en plena lozanía, o quizás trasplantada a otras riberas...? No lo sé. Pero de lo que sí estoy segura es de que la misericordia de Dios la acompañará siempre, y de que nunca la florecita dejará de bendecir a la madre querida que la entregó a Jesús. Eternamente se alegrará de ser una de las flores de su corona... Y eternamente cantará con esa madre querida el cántico siempre nuevo del amor".


· "¿Pero cómo podrá demostrar él su amor, si es que el amor se demuestra con obras? Pues bien, el niñito arrojará flores, aromará con sus perfumes el trono real, cantará con su voz argentina el cántico del amor... Sí, Amado mío, así es como se consumirá mi vida... No tengo otra forma de demostrarte mi amor que arrojando flores, es decir, no dejando escapar ningún pequeño sacrificio, ni una sola mirada, ni una sola palabra, aprovechando hasta las más pequeñas cosas y haciéndolas por amor... Quiero sufrir por amor, y hasta gozar por amor. Así arrojaré flores delante de tu trono. No encontraré ni una sola en mi camino que no deshoje para ti. Y además, al arrojar mis flores, cantaré (¿puede alguien llorar mientras realiza una acción tan alegre?), cantaré aun cuando tenga que coger las flores entre las espinas, y tanto más melodioso será mi canto, cuanto más largas y punzantes sean las espinas. ¿Y de qué te servirán, Jesús, mis flores y mis cantos...? Sí, lo sé muy bien: esa lluvia perfumada, esos pétalos frágiles y sin valor alguno, esos cánticos de amor del más pequeño de los corazones te fascinarán. Sí, esas naderías te gustarán y harán sonreír a la Iglesia triunfante, que recogerá mis flores deshojadas por amor y las pasará por tus divinas manos, Jesús. Y luego esa Iglesia del cielo, queriendo jugar con su hijito, arrojará también ella esas flores -que habrán adquirido a tu toque divino un valor infinito- arrojará esas flores sobre la Iglesia sufriente para apagar sus llamas, y las arrojará también sobre la Iglesia militante para hacerla alcanzar la victoria...".


· "De un año y medio a esta parte, Jesús ha querido cambiar la forma de hacer crecer a su florecita; sin duda pensó que estaba ya suficientemente regada, pues ahora es el sol quien la hace crecer. Jesús no quiere ya para ella más que su sonrisa divina, y esa sonrisa se la da también por medio de usted, Madre querida. Y ese dulce sol, lejos de ajar a la florecita, la hace crecer de una manera maravillosa. En el fondo de su cáliz conserva las preciosas gotas de rocío que recibió, y esas gotas le recuerdan incesantemente que es pequeña y débil".


· "Quisiera que mi alma estuviese adornada toda ella de lirios para ir al encuentro de Jesús, pues no basta con llevarlos so?lo en el pelo: lo que los ojos de Jesús miran siempre es el corazón...".

· "Hagamos de nuestro corazón un pequeño jardín de delicias donde Jesús pueda venir a descansar... No plantemos más que lirios en nuestro jardín. Sí, lirios. Y no admitamos en él otras flores, pues éstas pueden ser cultivadas por otros, mientras que los lirios sólo las vírgenes pueden ofrecérselos a Jesús...".


· "Me parece que Dios no tiene necesidad de muchos años para realizar su obra de amor en un alma. Un rayo de su corazón puede, en un instante, hacer que su flor se abra para la eternidad...".

· "Quiere que su florecita le salve almas, y para eso no quiere más que una cosa: que su flor le mire mientras sufre su martirio... Y ese misterioso intercambio de miradas entre Jesús y su florecita hará maravillas y dará a Jesús una multitud de otras flores".


· "Las escarchas y el rigor del invierno, en vez de retrasarla, la hicieron brotar y florecer... Nadie se fijó en ello, ¡es tan pequeña esta flor, tan poco brillante...! Tan sólo las abejas conocen los tesoros que encierra su cáliz misterioso, compuesto de una multitud de pequeños cálices, a cuál más rico... Al igual que las abejas, Teresa ha comprendido este misterio: el invierno es el sufrimiento, el sufrimiento incomprendido, desconocido, tenido como inútil a los ojos de los profanos, pero fecundo y poderoso a las miradas de Jesús y de los ángeles que, cual abejas vigilantes, saben recoger la miel contenida en los misteriosos y múltiples cálices que simbolizan a las almas, o, mejor, a los hijos de la florecilla virginal...
Celina, necesitaría volúmenes enteros para escribir todo lo que pienso acerca de esta florecita. Para mí ¡es una imagen tan perfecta de tu alma! Sí, Jesús ha hecho caer sobre ella las escarchas, en lugar del cálido sol de sus consuelos, pero el efecto que él esperaba se ha producido: la humilde plantita ha crecido y florecido casi de golpe... Celina, cuando una flor se abre, no hay más que cortarla, ¿pero cuándo y cómo cortará Jesús su florecilla...? ¡Tal vez el color rosado de su corola esté indicando que lo hará por el martirio...! Sí, siento renacer mis deseos. Quizás Jesús quiera, después de habernos pedido, por así decirlo, amor por amor, pedirnos también sangre por sangre y vida por vida... Mientras tanto, tenemos que dejar que las abejas liben toda la miel de los pequeños cálices, no guardarnos nada para nosotras, dárselo todo a Jesús, y luego decir, como la flor, en la tarde de nuestra vida: «¡La tarde, ha llegado la tarde!». Entonces, todo habrá terminado..., y a las escarchas les sucederán los dulces rayos del sol, y a las lágrimas de Jesús las sonrisas eternas...
¡No, no nos neguemos a llorar con él durante un día, pues gozaremos de su gloria durante una eternidad...!".


· "Quiero hablarte de algunos de esos misterios escondidos en mi florecita.
Jesús, para alegrar nuestra vista e instruir nuestras almas, ha creado una gran multitud de pequeñas margaritas. Y veo con asombro cómo, al amanecer, sus corolas rosadas están vueltas hacia la aurora: esperan la salida del sol. Tan pronto como este astro radiante envía sobre ellas uno de sus cálidos rayos, las tímidas florecillas entreabren sus cálices y sus lindas hojas forman una especie de corona que, dejando al descubierto sus corazoncitos amarillos, dan de pronto a estas flores un gran parecido con el sol que las hiere con su luz. Durante todo el día las margaritas no cesan de mirar fijamente al sol, y van girando como él hasta la tarde; luego, cuando él desaparece, ellas cierran enseguida sus corolas, que, de blancas, se tornan de nuevo rosadas...
Jesús es el sol divino, y las margaritas son sus esposas, las vírgenes. Cuando Jesús mira a un alma, le da inmediatamente su parecido divino, pero es preciso que esa alma no deje de fijar en él solo su mirada.
Para explicar los misterios de las margaritas, tendría que escribir todo un volumen, pero mi Celina lo comprende todo. Pero eso, quiero hablarle ahora de los caprichos de Jesús...
Jesús, en su pradera, tiene muchas margaritas, pero están separadas, y cada una recibe independientemente de las otras los rayos del sol. Un día, el esposo de las vírgenes se asomó a la tierra y unió estrechamente dos pequeños capullos apenas abiertos; sus tallos se fundieron en uno solo, y una sola mirada los hizo crecer. Esas dos florecitas, hechas una sola flor, se abrieron juntas, y ahora la doble margarita, con la mirada fija en su sol divino, cumple su misión, que es única... Celina, sólo tú puedes comprender mi lenguaje. A los ojos de las criaturas, nuestra vida parece muy diferente, muy distanciada; pero yo sé que Jesús ha unido nuestros corazones de una manera tan maravillosa, que lo que hace latir a uno hace también estremecerse al otro...
«Donde está vuestro tesoro allí está vuestro corazón». Nuestro tesoro es Jesús, y nuestros corazones no forman más que una sola cosa en él. La misma mirada ha cautivado nuestras almas, una mirada velada de lágrimas que la doble margarita ha decidido enjugar. Su humilde y blanca corola será el cáliz que recogerá los diamantes preciosos, para luego verterlos sobre otras flores que, menos privilegiadas, no habrán fijado en Jesús las primeras miradas de sus corazones... Tal vez, al atardecer de su vida, la margarita presente al esposo divino su corola teñida de rosa...".


· "Mientras juega con las flores que su esposa querida le ha llevado a la cuna, Jesús piensa qué podrá hacer para agradecérselo... Allá arriba, en los jardines del cielo, los ángeles, servidores del divino Niño, trenzan ya las coronas que su corazón tiene reservadas para su amada.
Mientras tanto, ha llegado la noche. La luna envía su resplandor de plata, y el Niño Jesús se duerme... Su manita no suelta las flores con que se ha divertido a lo largo del día su corazón continúa soñando con la felicidad de su esposa querida.
Muy pronto, allá en la lejanía, divisa unos objetos extraños que no tienen ningún parecido con las flores primaverales. ¡Una cruz...! ¡Una lanza...! ¡Una corona de espinas! Y sin embargo, el divino Niño no tiembla. ¡Eso es lo que él escoge para demostrar a su esposa cuánto la ama...! Pero esto no basta todavía. Su rostro infantil y tan hermoso, lo ve desfigurado, ¡sangrante...!, ¡irreconocible...! Jesús sabe muy bien que su esposa siempre lo reconocerá, y que cuando todos lo abandonen ella seguirá a su lado. Por el eso el divino Niño sonríe ante esa imagen sangrante, y sonríe también ante el cáliz lleno del vino que hace germinar a las vírgenes. Sabe que en la eucaristía los ingratos lo van a abandonar, pero Jesús piensa en el amor de su esposa y en sus delicadezas. Ve cómo las flores de sus virtudes perfuman el santuario, y Jesús niño sigue durmiendo dulcemente... Espera a que las sombras declinen..., a que la noche de la vida sea reemplazada por el día radiante de la eternidad...
En ese día Jesús devolverá a su amada esposa las flores que ella le dio, para consolarlo, en la tierra... En ese día inclinará hacia ella su Faz divina, toda radiante de gloria, ¡¡¡y hará gustar eternamente a su esposa la dulzura inefable de su beso divino...!".


· "Es cierto que, para encontrar almas grandes, hay que venir al Carmelo: al igual que en las selvas vírgenes, germinan en él flores de un aroma y de un brillo desconocidos para el mundo. Jesús, en su misericordia, ha querido que, entre esas flores, crezcan otras más pequeñas. Nunca podré agradecérselo bastante, pues, gracias a esa condescendencia, yo, pobre flor sin brillo alguno, me encuentro en el mismo jardín que esas rosas, mis hermanas".


"Flores Místicas destinadas a formar una Cesta de Bodas.
Se oyó una voz: "Que llega el Esposo, salid a recibirlo..."
Rosas blancas: ¡Jesús, purifica mi alma para se haga digna de ser tu esposa!
Margaritas: ¡Jesús, concédeme la gracia de realizar todos mis actos sólo por complacerte a ti!
Violetas blancas: ¡Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo!
Lirio de los valles: Santa Teresa, Madre mía, enséñame a salvar almas, para que pueda ser una verdadera carmelita.
Agavanzo: Jesús, a ti sólo sirvo cuando sirvo a mis Madre y a mis hermanas.
Flores de té: Jesús, María y José, concededme la gracia de hacer unos buenos ejercicios espirituales y preparad mi alma para el hermoso día de mi profesión.
Campanillas blancas: Santa María Magdalena, obtenme la gracia de que mi vida no sea más que un acto de amor.
Madreselva: Jesús, enséñame a renunciar siempre a mí misma para agradar a mis hermanas.
Vincapervincas blancas: Dios mío, yo te amo con todo el corazón.
Peonías blancas: Dios mío, mira el Rostro de Jesús y convierte en elegidos a los pobres pecadores.
Jazmín: Jesús, no quiero probar ninguna alegría fuera de ti.
Miosotis blancas: Santo ángel de mi guarda, cúbreme siempre con tus alas, para que nunca tenga la desgracia de ofender a Jesús.
Reina de los prados: María, Madre mía querida, concédeme la gracia de no empañar nunca la vestidura de inocencia que me vas a dar el día de mi profesión.
Verbenas blancas: Dios mío, creo en ti, espero en ti, y te amo con todo el corazón.
Lirios blancos: Dios mío, te doy gracias por todas las gracias que me has concedido durante estos ejercicios.
Ha llegado el Gran Día.
Flor de lis: ¡¡¡Mi Jesús amado, tú eres ya todo mío y yo soy ya para siempre tu humilde esposa...!!!"


· "Como blanca margarita que vive mirando al cielo, tú has de ser la flor sencilla del Niño de Navidad".


· "Tú eres la flor, Rey mío, que yo corto. Jesús, Lirio del valle, me cautivó tu aroma. Ramillete de mirra, corola perfumada, dentro del corazón quiero guardarte y en él darte mi amor".

· "¡Siempre, Jesús, mi Amado y perfumado Lirio, florece en mí".


· "Jesús, Amado mío, al pie de tu calvario quiero, todas las tardes, arrojarte mis flores, deshojarte mi rosa y enjugar con sus pétalos tu llanto, mi Señor. 
¡Arrojarte mis flores, ofrecerte en primicia sacrificios pequeños, mis suspiros más leves, mis dolores más hondos, y mi dicha y mis penas..., arrojarte mis flores y mi rosa, Señor! 
De tu inmensa belleza se ha prendado mi alma. Yo quiero prodigarte mis flores y perfumes, por tu amor arrojarlos sobre el ala del viento e inflamar corazones para ti, mi Señor.
Y cuando sufro y lucho por salvar pecadores, arrojarte mis flores. Mis flores son el arma que me da la victoria. Te desarmo y te venzo con mis flores, Señor. Mis flores con sus pétalos acarician tu rostro y te dicen que es tuyo todo mi corazón. De mi rosa en deshoje tú entiendes el lenguaje, miras y le sonríes a mi amor tú, Señor. 
¡Arrojarte mis flores, repetir mi alabanza es mi única alegría, es todo mi placer en este oscuro valle de sombras y de lágrimas! Al cielo pronto iré, con los pequeños ángeles iré a arrojarte flores ¡mis flores, oh Señor!"


· "Ah, si yo fuese flor de primavera que cortar pronto mi Señor quisiera".

· "Jesús, cuando te veo que abandonas los brazos de tu Madre, y tenido por ella, ensayas, vacilante, por nuestra triste tierra tus indecisos y primeros pasos, yo quisiera ir delante deshojando una rosa blanca y fresca, y así tu piececito posaría muy suave y dulcemente sobre una flor. 
La rosa deshojada, ¡oh mi Niño divino!, es la más fiel imagen del corazón que quiere a cada instante por tu amor inmolarse enteramente. Hay muchas rosas frescas que gustan de brillar en tus altares y se entregan a ti. Mas yo anhelo otra cosa: deshojarme... 
La rosa en su esplendor puede, mi Niño, embellecer tu fiesta. A la rosa en deshoje se la olvida, se la tira y arroja al capricho del viento. La rosa, deshojándose, se entrega a cada instante con ansia de no ser.
Como ella, quiero yo buscar mi dicha dándome, mi Jesús, del todo a ti. 
Se pasa sobre pétalos de rosa deshojada, y se pisan sin pena. Y esos muertos despojos son un simple ornamento, dispuestos al azar, sin arte y sin estudio, lo comprendo... Yo prodigué mi vida, prodigué mi futuro por tu amor, ¡oh Jesús! A los ojos profanos de los hombres, como rosa marchita para siempre un día moriré... 
Mas moriré por ti, ¡oh Niño mío, hermosura suprema! ¡Oh suerte venturosa! Deshojándome quiero demostrarte mi amor, ¡oh, mi tesoro...! A zaga de tus pasos infantiles, escondida vivir quiero aquí abajo. Y aun suavizar quisiera tus últimas pisadas camino del Calvario..."



· "Seguí siendo pequeñita, sin otra ocupación que la de recoger flores, las flores del amor y del sacrificio, y ofrecérselas a Dios para su recreo".

· "Cuando esté en el cielo, tendréis que llenar a menudo mis manos de oraciones y de sacrificios, para darme el gusto de arrojarlos en lluvia de gracias sobre las almas". "Será como una lluvia de rosas".




Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897), carmelita descalza, doctora de la Iglesia.



• "Historia de un alma", versión en PDF.
• "Historia de un alma", versión en línea.
• Consejos y recuerdos, versión en línea.
• Cartas, versión en PDF.
• Escritos varios, versión en PDF.
• Oraciones, versión en línea.
• Poesías, versión en PDF.
• Últimas conversaciones, versión en PDF.
• Santuario de Lisieux, web.
• Carmelo de Lisieux, web.


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